Oleg y las raras artes. Cuerpo-música. Color-corazón por Cloe Masotta
“De qualquer modo à dança é imaginar música Produzida pelo corpo a ser entendida de maneira calma pelos Mortos e pelo céu.”
De qualquer modo, Gonçalo Tavares
Desde documentales como Iván Z (2004), sobre el cineasta Iván Zulueta, y Paralelo 10 (2005), un fascinante fresco sobre el ritual cotidiano de Rosemarie en una encrucijada de Barcelona, o piezas de ciencia ficción como La constelación Bartleby (2007) hasta las aproximaciones de corte más autobiográfico como Color perro que huye (2011) y Ensayo final para utopía (2012), Andrés Duque experimenta en sus películas con las potencialidades cinematográficas de la tecnología digital. Sus películas son una experiencia sensorial, una invitación a un estado de tránsito incluso. Situando al espectador en un lugar muy concreto: el espacio liminal propio de la creación artística. Y sea el de Iván Zulueta, el de Rosemarie o el del propio cineasta, es el cuerpo y su representación el vehículo del trance propuesto por Duque en su cine.
“De qualquer modo dança.
De qualquer modo sente.
De qualquer modo o corpo contém o dia.
De qualquer modo as cores e o Músculo.
De qualquer modo o coraçao.”
(…)
O ritmo, Gonçalo Tavares
Desde la primera secuencia de Oleg y las raras artes (2015), el cuerpo entra en escena. Para no abandonarla. Un cuerpo que pesa y se fatiga atravesando las calles nevadas de San Petersburgo, y que se vuelve leve después de cruzar un umbral: las puertas del Hermitage. El arte, la creación, transforman ese cuerpo, el de un octogenario anciano exhausto tras su travesía por la ciudad helada. Pronto descubrimos que para el pianista ruso Oleg Karavaychuk creación y cuerpo no son dos instancias discernibles. Y que el cuerpo, del artista pero también del espectador, es una caja de resonancia. Igualmente, podemos pensar cada uno de los largos planos en que se estructura la película como cajas de resonancia en donde reverbera el cuerpo-música del pianista ruso.
Después del primer plano secuencia que se desarrolla en un pasillo del Hermitage, Oleg atraviesa una sala de columnas negras, su cuerpo se confunde con el espacio anunciando la mutación que vamos a presenciar cuando, sentado delante del piano, el artista empiece a ejecutar una melodía, improvisada, siempre improvisada. Un arrebato que se vuelve si cabe más potente después de la primera pausa. Oleg no se ha entregado aún, ha tocado para otros. Para un cineasta que tal vez pida más y más, para un sonidista… Los micrófonos entran en el encuadre, el hipnotizador nos recuerda que no está dando lo mejor de sí. No aún.
Pero aunque Oleg interpele a los que lo observan, a los que lo filman, a los que quieren vampirizar su cuerpo y su creación, la música trasciende toda voluntad. En el siguiente plano, Oleg vuelve a tocar. La imagen deviene un correlato afectivo del trance creativo en que se sume Oleg cada vez que toca. Ahora el pianista es todo-manos-música. Y ese cuerpo desmembrado, la garras de un fantástico monstruo alienígena son portadoras de una volátil y contundente belleza, la de las notas, de nuevo improvisadas, por el músico. Para Oleg la música procede de la “mucosa”; transforma el cuerpo; la creación puede ser pensada como transubstanciación. Lo que el artista nos ofrenda cuando se sienta al piano, su música, es una transfiguración de la carne. Y Oleg, enunciando la”mucosa”, la energía afectiva que posee al cuerpo en el trance creativo, es Zulueta describiendo en las primeras imágenes de Iván Z “El escalofrío que te puede dar una imagen de cine, una imagen quieta a mí no me lo va a dar”. Y Zulueta es el propio Duque retratando a Oleg con imágenes-cuerpo igualmente escalofriadas, a través de las que también se opera el fenómeno de transubstanciación; la carne deviene píxel que el cineasta ofrenda al espectador.
Cloe Masotta