Nathaniel Dorsky: el cine devoto

Nathaniel Dorsky es dueño de uno de los cuatro universos que conoceremos a través del ciclo «El cielo en la Tierra» en esta edición del (S8). Una figura de primera línea dentro de la vanguardia norteamericana (con cuya presencia contaremos) que lleva años trabajando sobre la idea de un cine que no se mueve por el plano de lo racional sino por el de lo espiritual, los parajes que visita la mente cuando la dejamos libre de sus ocupaciones cotidianas.

Neoyorquino de nacimiento, Dorsky vive desde 1971 en San Francisco. Si bien hace sus primeros filmes con poco más de 20 años, a principios de los 60, no es hasta finales de los 90, y toda la primera década del 2000 cuando empieza a ser más prolífico y a recibir reconocimiento. Recientemente, Dorsky fue premiado en el Festival de Rotterdam por Pastourelle, además de ser objeto de una retrospectiva completa. En los últimos años también ha presentado sus películas en lugares como el Museum of Modern Art, el Centro Pompidou, el Pacific Film Archive, el Harvard Film Archive, o la Universidad de Yale, además de exhibir su trabajo en la sección Views from the Avant-Garde del New York Film Festival o el programa Wavelengths del Festival de Toronto.

El florecer tardío de Dorsky revela que su cine es fruto de una búsqueda, de un camino que ha tenido que recorrer hasta dar con la expresión pura a la que ansiaba llegar. Una carretera puntuada tan sólo por algunas señales dejadas por pioneros de la búsqueda del lenguaje intrínseco al cine, como el imprescindible Stan Brakhage.  El viaje vital de Dorsky se puede entender, de forma instintiva, a través de sus películas silentes, sensoriales, que trasladan al espectador a un estado mental primario en el que la interpretación no filtra el mundo que ve. Un cine puramente visceral, el que Dorsky ha logrado destilar, que huye de la narratividad y el sentido para captar un estado de ánimo, una luz, un momento de vigilia.

Lo intuitivo de este cine no impide, sin embargo, que haya una precisa elaboración teórica detrás de él. En 2003 Dorsky publica su libro Devotional Cinema, en el que habla de su forma de experimentar y pensar el cine: el poder del cine como experiencia, su cualidad de transformar al espectador, y la necesidad del cine de trascender el lenguaje hablado y hallar su propia expresión. En definitiva, lo que aspira alcanzar como cineasta: anclar fuertemente al espectador en el “ahora” del film, para alcanzar un estado de revelación, de descubrimiento de las profundidades de nuestro ser y del mundo. Hacer sentir, y poder ver, lo inasible.

Dorsky, que tiene también una larga carrera como montador, trabaja entonces guiado por esta concepción devota del cine, recolectando imágenes con su cámara de 16mm, que luego ensambla cuidadosamente. Las circunstancias de la proyección cuentan mucho. Dorsky ha desarrollado lo que  él mismo ha llamado “silent speed”: sus películas han de proyectarse, para su correcta apreciación, a 18 fotogramas por segundo, en lugar de los 24 fotogramas por segundo estándar. Una decisión que afecta a la cadencia y al parpadeo de la luz, y al sonido de proyector, incidiendo decisivamente en las propiedades que Dorsky busca extraer al mundo a través del cine. Este es un factor fundamental que hace que sea difícil acceder al visionado de sus filmes (que no están en formato digital), y que da la medida de hasta qué punto este ciclo es una ocasión excepcional, pues se trata de la primera vez que las películas de Dorsky se ven en España.